En la lejana sombra de los tiempos, el hombre merodeaba entre vagas ideas de lo que algún día sería.
Los hechos se sucedían sin orden, con difusos destellos de lo que algún día llamaríamos inteligencia.
El género humano sobrevivía brutalmente en lo albores de lo que hoy conocemos como humanidad.
Si alguien afectaba la integridad física propia o la de su primitivo núcleo social, la violencia no se hacía esperar, este lejano pariente nuestro tomaba automáticamente represalias definitivas sobre el agresor, prevalecía la venganza como condición necesaria para mantener el orden de aquella primera organización social.
Los años se sucedieron impensadamente.
El orden social fue transformándose de a poco hasta que finalmente, en los comienzos de la civilización moderna, aparecieron las leyes y el hombre conoció la Justicia.
Si pensamos en términos temporales, el lapso transcurrido entre este último hito y la actualidad, es escaso y el tiempo en que el ser humano vivió en la oscuridad del pensamiento fue demasiado prolongado.
En la actualidad, estamos presenciando una inusitada y creciente ola de violencia en la que no sólo vemos desaparecer a nuestros seres queridos, sino a una importante cantidad de gente de nuestro círculo social cercano o lejano, por distintos hechos consumados que transgreden todas las leyes conocidas, comenzando por las naturales.
La escalada no parece detenerse y nuestra capacidad de asombro se deteriora cada día que pasa, percibiendo estos hechos como algo cuasi normal.
La barrera social que implica la Justicia, no está funcionando a pesar que las leyes se suman unas tras otras en nuestros códigos.
El sistema carcelario explota, entonces los que delinquen deben volver a la calle amparados por esa curiosa norma que es el 2 x 1, donde inexplicablemente el buen comportamiento dentro de una celda, hace que las penas se conmuten contrariando el consenso que las leyes implican para nuestra sociedad, en cuanto al castigo que deben tener estos comportamientos.
El problema parece comenzar donde todos creen que termina.
Necesitamos una nueva política carcelaria, que vuelva a contener los trazos que marca nuestra Constitución Nacional en cuanto a la recuperación de los que han equivocado su camino.
La Justicia, principal poder de la República, deberá comenzar a funcionar con la autarquía institucional y económica que la Nación demanda.
En el campo de las reformas sociales la discusión es más amplia y la base parece estar en discutir urgentemente una distribución más justa de los recursos.
Si no eligiéramos estos caminos, estaremos al borde de volver a reencontrarnos, peligrosamente, con nuestra conciencia ancestral, esa que busca reemplazar la Justicia ausente con la hecha por mano propia y que denominamos venganza.
La decisión como siempre, depende de cada uno de nosotros.
Hornero del Sur
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