
La humilde escuela donde ayudaba en las tareas de la cocina, para dar de comer a innumerables pibes carenciados del barrio Las Flores, comenzó a recibir disparos policiales en la tarde de ese día.
Sin pensarlo salió e increpó a las fuerzas de inseguridad con la ya inmortalizada frase :
“¡Hijos de puta, no tiren que hay pibes comiendo!”.
Una bala de plomo le atravesó la traquea.
Según pasan los años, su misión se ha ido acrecentando y la estampa del ángel de la bicicleta se ha desparramado por todo nuestro país.
Hoy, diez años después seguimos recordando la razón por la cuál ofreció su vida y si bien los culpables intelectuales siguen opinando sobre todo como si nada hubiese ocurrido, su muerte sigue representando una de las últimas imágenes del peor de nuestros naufragios.
Hornero del Sur
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